A lo largo de la historia
de la ciencia han sido muchos los grandes descubrimientos que han
marcado el camino en las diversas disciplinas. Esos hechos van ligados a
la labor de grandes hombres cuyo trabajo ha desembocado en importantes
teorías para el avance de la ciencia. Lo que en este artículo queremos
resaltar es una historia poco común, la de dos hombres que llegaron casi
al mismo tiempo a una idea muy similar, la teoría de la evolución por
selección natural. Nos referimos a los naturalistas británicos Charles Darwin y Alfred Russel Wallace.
Más que hablar de los devenires históricos que llevaron a uno y otro
a la teoría, lo que aquí presentaremos de manera breve es una
comparación de las dos propuestas que se centrará en las diferencias
conceptuales por resultar de mayor interés para la historia de la
biología.
Una de las
diferencias fundamentales entre ambos naturalistas fue el marco general
de sus explicaciones. Aunque Darwin fui influido notablemente por la
visión preponderante en la ciencia británica de inicios del siglo XIX,
la teología natural, que afirmaba que la naturaleza era la obra de un
Diseñador, el viaje que realizó en el Beagle alrededor del mundo entre
1831 y 1836 cambiaron diametralmente su visión. A su regreso empezó a
escribir diversos cuadernos de trabajo en los que se puede ver
claramente un cambio gradual, de la visión fija del dogma religioso,
hacia el evolucionismo. Esta visión es la que Darwin mantendría por el
resto de su vida, y dentro de este marco es que se entienden sus
explicaciones como la que mantiene que todas las especies (incluido el
ser humano y todas sus características distintivas) son resultado de
procesos naturales.
Por otro lado,
podríamos decir que Wallace fue en sentido contrario. Desde sus inicios
como naturalista a mediados de la década de 1840, abrazó el naturalismo
científico en su búsqueda de un mecanismo para explicar la
transformación de las especies. A mediados de la década de 1860 cambió
de opinión, un momento que algunos historiadores han denominado como una
“conversión”, dados sus acercamientos al espiritismo. Es un hecho que
Wallace en esa época se movió hacia una visión teísta (la creencia en
una “Inteligencia Suprema”) y teleológica (los procesos naturales tienen
un fin determinado), aunque sus razones tuvieron más que ver con un
convencimiento de la filosofía utilitarista (una doctrina que considera
la utilidad como principio de la moral) del filósofo británico Jeremy
Bentham.
Otro aspecto
importante es la pluralidad de las explicaciones de ambos naturalistas.
Darwin en sus dos obras principales, El origen de las especies (1859) y
El origen del hombre (1871), dio prioridad a la variación espontánea y a
la selección natural para explicar la evolución, pero admitió la
posibilidad de que otros mecanismos pudieran funcionar, por ejemplo la
herencia de caracteres adquiridos. Por su parte, Wallace se reafirmó una
y otra vez en que la selección natural era el único mecanismo válido
para explicar multitud de fenómenos naturales, e incluso sociales. Su
obra, Darwinismo (1889) es el mejor ejemplo de este convencimiento.
Aunque sobre esto
último hay que recordar uno de los temas más importantes sobre el que
discreparon Wallace y Darwin, que fue sobre el origen de las capacidades
distintivas del ser humano, en particular el origen de la mente. Darwin
se mantuvo fiel a una explicación naturalista, en la que la selección
natural (y en menor medida la herencia de caracteres adquiridos) era la
forma de explicar su surgimiento y desarrollo, aunque no hay que dejar
de señalar que Darwin aceptaba la posibilidad de otras explicaciones que
pudieran dar cuenta del desarrollo integral del ser humano, como la
influencia del ambiente social, siempre y cuando estuvieran dentro del
marco de lo explicable por causas y principios naturales.
Por otro lado, el caso de Wallace se debe ver en dos etapas. Como
mencionamos anteriormente, su compromiso inicial con el naturalismo se
puede ejemplificar con uno de sus trabajos más importantes desde el
punto de vista antropológico, y que además recibió grandes elogios del
mismo Darwin, en el que por primera vez se aplicó la selección natural
para explicar el surgimiento del ser humano. Posteriormente, en el marco
de su compromiso con el utilitarismo, consideró que la teoría de la
evolución no podía explicar el origen y desarrollo del Homo sapiens en
su totalidad, en especial las capacidades cognitivas. Atribuyó el origen
de la mente humana a una combinación de causas naturales y
sobrenaturales, una postura que le cuestionó la comunidad científica en
su momento.
Otra diferencia
fundamental entre los dos autores fue el tema de la adquisición de los
mecanismos de aislamiento reproductivo, indispensable para la formación
de nuevas especies. Ninguno de los dos hacía una gran diferencia
fundamental entre el aislamiento geográfico o ecológico. Darwin sostenía
que la selección natural no podía favorecer el desarrollo de la
esterilidad, por ello defendió que la formación de nuevas especies era
difícil sin separación geográfica.
Wallace, en cambio,
consideraba que la esterilidad era el resultado directo de la selección
natural, si los híbridos resultan menos adecuados que las poblaciones
originales. Consideró que en este caso la selección natural favorece la
separación para la reproducción, provocando un efecto equivalente a una
barrera geográfica. En este caso, la visión de Wallace resultó acertada
con el paso del tiempo, y actualmente se conoce como “efecto Wallace” a
la formación de especies que no requiere de separación geográfica.
Por último se puede mencionar otra importante discrepancia, la
selección sexual. Wallace nunca habló de diferencias entre la selección
natural y la selección sexual; sostenía que ésta era un caso más de la
selección natural. La historia dio la razón a Darwin al mostrar que
caracteres surgidos por selección sexual pueden tener un valor
adaptativo.Estos desacuerdos
surgen a partir de un análisis de conjunto de las visiones que
mantuvieron a lo largo de su vida. Pero vale la pena poner énfasis en
ese momento que los unió, la publicación conjunta ante la Sociedad
Linneana de Londres en 1858.
Es un hecho que
Darwin se preocupó sobremanera al recibir la carta del joven Wallace en
junio de 1858, ya que desde una primera lectura del pequeño ensayo creyó
ver un resumen de las ideas en las que llevaba trabajando más de veinte
años. Pero si nos acercamos a los documentos originales, encontramos
diferencias notables.
En sus respectivos
escritos, los dos retomaron la comparación entre variaciones domésticas y
naturales, pero la diferencia fue el énfasis que Darwin puso en
considerar ambas variaciones como equivalentes al momento de construir
su argumento, mientras que Wallace basó el suyo en las variaciones
naturales, ya que consideró que las domésticas eran “anormales”.
Asimismo en relación al tema de la competencia, Wallace hizo hincapié en
la lucha contra el ambiente, mientras que Darwin consideró de mayor
importancia la lucha entre individuos de la misma especie.
De aquí se desprende
la que fue una agria discusión entre ambos acerca del término
“selección natural”. Wallace nunca lo aceptó, prefirió utilizar “lucha
por la existencia” o la frase tomada de Spences de “sobrevivencia del
más apto”, que en su opinión evitaban la innecesaria personificación del
proceso de selección, Darwin siempre utilizó el término original, dado
que en su opinión permitía entender mejor el proceso a partir de la
analogía entre los dos tipos de selección, natural y artificial. Además
el término era de su paternidad.
Como podemos ver,
son muchas las diferencias entre ambos autores, algunas más profundas
que otras, pero como lo han señalado historiadores del darwinismo como
James Moore, posiblemente el único punto en común entre Darwin y Wallace
fue la enorme coincidencia de llegar juntos en un momento específico a
una idea similar.
Al final, las
visiones evolutivas de Darwin y de Wallace son dos propuestas con
elementos originales cada una, fundamentadas en distintas formaciones
con visiones del mundo diferentes, pero también con algunas influencias
en común. Por ejemplo, ambos tienen en común los viajes que realizaron,
que se consideran como el inicio de la biogeografía, sobre todo por las
aportaciones de Wallace, y las lecturas de ambos de obras del geólogo
Charles Lyell y del economista Thomas Malthus. Pero es cierto que
buscaron explicar un mismo fenómeno, la transformación de las especies,
mejor conocida por los victorianos como “el misterio de los misterios”.